
Hemos hablado de Juanica “la grifa”. Vivía frente al tío
José el Chapas, y siempre tenía la puerta abierta, con la cortina echada, pero
abierta, sobre todo en verano. Éramos muchos los que mandábamos a nuestros hijos
a por un “polo de Juanica”. ¡Qué buenos!
¡Cómo haría aquélla mujer los polos! Después de comer, le
dábamos un “duro” a mi hijo y le decíamos: ‘vete a Juanica y tráete cinco polos’.
No se derretían por el camino. Aquellos sí que eran polos de verdad, de limón
del bueno. Decía su Andrés, que el secreto era el limonero que tenían en el
patio. Yo no sé si era eso, o no; pero estaban muy buenos.
Juanica estaba en la habitación de al lado, viendo las
noticias en blanco y negro (eran de las pocas que tenían televisión), con su
abanico, en la butaca mecedora, y siempre con su: “vooooooooy. No me dejáis
tranquila ni un momento”. Renegaba un poquito, pero en el fondo era cariñosa,
buena gente. Era pequeña y súper coqueta. Pienso que nadie sabía la edad que
tenía y con la que se murió. Con el tiempo dejó de hacer polos, y fue siendo
más cercana y cariñosa; la vejez la hizo más amable.
Algún día podría hablar de cuando joven estaba en el balcón
del ayuntamiento después de la guerra… ¿Ayudaría eso a los buenos recuerdos?
Pienso que no, por eso me callo y hablo de lo bueno, de los “polos de limón de
Juanica la grifa”.
Gracias Juana por tantos calores aliviados con aquéllos
polos de limón, a peseta.